¿Has oído hablar de los NFT? Tres letras, una sigla, se han convertido en uno de los términos que ha irrumpido con más fuerza en los últimos tiempos.
Se trata de NFT, Non Fungible Token o Tokens no fungibles, en español. Es un certificado digital de autenticidad que mediante la tecnología blockchain, la misma que se emplea en las criptomonedas (los tokens), se asocia a un único archivo digital. A partir de ahí, se ha construido una nueva forma de expresión digital en alza.
Para entender un poco sobre el NFT, debemos recordar que un bien no fungible es aquel que no se consume con su uso, que no puede ser reemplazado y que no es sustituible. Es algo único, al contrario que ocurre con el dinero: puedes cambiar sin reparos un billete de 10 euros por otro de 10 porque ambos billetes tienen el mismo valor, son fungibles. Lo mismo ocurre con las criptomonedas. En el otro extremo, una obra de arte es el ejemplo más ilustrativo de bien no fungible: se trata de una pieza irrepetible, única, insustituible por otra.
Los NFT son unidades individuales -imagen, vídeo, audio, texto o archivo comprimido- con un valor único. Esto es posible porque cada activo digital obtiene un identificador en el que se registran metadatos (nombre del autor, su valor inicial o su historial de ventas) mediante tecnología de cadena de bloques, lo que garantiza que la pieza no se pueda duplicar.
Estos activos han provocado una suerte de nueva fiebre del oro en forma de criptoarte. La venta de NFT es una nueva forma de (intentar) ganar dinero de manera fácil en el mundo online, pero lo cierto es que son muchos los artistas, influencers, celebridades, empresas y organizaciones que se están subiendo a una ola que, en 2021, generó más de 3.000 millones de euros.
Según un análisis reciente de ArTactic, "el mundo del arte está experimentando un cambio generacional hacia coleccionistas jóvenes", sobre todo impulsado por nuevos millonarios cuyas fortunas proceden de empresas tecnológicas de países asiáticos.
Se puede fijar una fecha exacta en la que los NFT entraron en una nueva dimensión. Fue el 11 de marzo de 2021, cuando el archivo JPG 'Everydays - The First 5,000 Days' ('Todos los Días: Los 5.000 primeros Días"), creado por el artista Beeple (Mike Winkelmann) fue vendido por 69,3 millones de dólares (57,8 millones de euros) por la casa de subastas Christie's en Nueva York.
A partir de entonces, las noticias sobre piezas de criptoarte se multiplicaron a lo largo y ancho del mundo. Sin salir del mes de marzo, un columnista de The New York Times vendió un artículo por 560.000 dólares; un usuario de internet compró un cromo digital de Cristiano Ronaldo por 240.000 euros; Jack Dorsey, cofundador de Twitter, vendió su primer tweet por 2,9 millones de dólares y alguien adquirió un retrato digital realizado por la robot Shopia por 650.000 euros en una subasta.
Así, en apenas unos meses el mercado de las colecciones digitales se ha instalado con un volumen de negocio considerable. Hay oportunidades para todos los gustos y bolsillos. El youtuber Willyrex, por ejemplo, venderá sus propios coleccionables NFT por precios que llegarán hasta los 2.000 euros por objeto digital.
Por su parte, la NBA ha sorteado grandes jugadas de la historia del baloncesto norteamericano en paquetes de cromos virtuales con precios de entre 9 y 299 dólares, creando un nuevo modelo de negocio. Sin ir más lejos, LaLiga ha llegado recientemente a un acuerdo con Sorare, empresa participada por futbolistas como Gerard Piqué, Antoine Griezmann o Rio Ferdinand, para distribuir NFT de los jugadores y abrir así una nueva vía de ingresos para los clubes. Y marcas como Marvel también están desarrollando sus propios archivos certificados.
Precisamente, Nicolás Julia, cofundador de Sorare, defiende que el negocio de los NFT no es una burbuja: "Ha habido un repunte de interés y, aunque puede haber una sobreexcitación temporal, la tendencia de los NFT no lo es. Como la mayoría de las innovaciones, puede que haya un poco de espuma y euforia en el mercado, pero eso es todo".
El avance y desarrollo de los NFT se ha visto beneficiado gracias a el metaverso, la nueva dimensión paralela en la que los token pueden acabar imponiéndose como un negocio con un potencial incalculable. No en vano, hace escasas semanas, se pagó 650.000 dólares por el Mataflower, un yate digital fabricado con bits y bytes, en el multiverso Sandbox. Mientras, en la vida real, galerías y casas de subastas siguen adentrándose en el mundo de los NFT: la Julien's Auctions de Beverly Hills sacará en una inminente subasta una guitarra Gibson ES-335 de Ketih Richards, acompañada por un clip en el que el rolling stone estampa su firma en el instrumento.
A día de hoy resulta imposible vislumbrar el límite de los token no fungibles.
Al final la gran promesa de los NFT no es que logren que intercambiar bienes digitales sea fácil y barato (porque no es así), ni tampoco que sean permanentes e indestructibles (es posible que los tokens sí lo sean pero los archivos digitales a los que están vinculados por lo general no lo son) e incluso que representan el futuro de la propiedad intelectual (vamos a seguir necesitando abogados para resolver disputas de copyright).
La gran promesa es que permiten, para bien o para mal, que la gente cree e intercambie objetos digitales escasos.